BUENOS DÍAS, TRISTEZA
Por Gabriela de la Riva. Publicado en la Revista Neo
Hoy amanecí triste. Cuando me llamó por teléfono mi hija, pude oír las risas alegres y traviesas de mis nietos, que bailaban al compás de una canción de One Direction. Como por arte de magia el corazón se me inundó de ternura y dibujaron en mí una sonrisa que opacó la pesadumbre que traía cargando.
Pero aquello duró solo unos minutos. Reconozco que cuando un tema triste se engancha a mis pensamientos lo siento en las entrañas. Mis dendritas se regodean haciéndolo llegar a cada poro del cuerpo. El corazón se me apretuja, mis pulmones se hinchan de olas sonoras y el pecho duele. No es habitual. Pero, ay, cómo punza.
Son momentos íntimos, sagrados y valiosos, que no siempre son aceptados socialmente y que ponen nervioso a más de uno. Si lo comentas en privado, no falta el que te cuenta algún chiste. Si lo manifiestas en grupo, peor: todos se esfuerzan en darte ánimos, recetas y paliativos para que “no sientas” eso que está prohibido sentir y que es de mal gusto comentar.
Vivimos en una sociedad que se empeña en ser feliz; que fabrica comerciales y mensajes que promueven el bailar eufóricos, caminar por la vida sonrientes, premiar con papitas y cacahuates a los amigos realizados, conducir gozosos y con orgullo un automóvil de lujo, sentir gran dicha al desayunar un cereal nuevo, cantarle al sol por acertarle al Melate. Se venden productos, hoteles, medicamentos, tarjetas de crédito, drogas y bebidas que prometen generar euforia y desvanecer los tonos grises de la nostalgia. Prohibido manar suspiros, lágrimas, reflexiones, sensaciones y sentimientos que se asocien a la anti-felicidad.
Me parece que la conciencia, los sentidos, las intenciones y las apariencias necesitan de licencia para concederle de vez en cuando un espacio a la morriña; a las imágenes que evoca y que inconscientemente suprimimos o evitamos por falta de tiempo o permiso para lidiar con ellas.
Se habla de muchos tipos y formas de felicidad: externa, interna, equilibrada, profunda, circunstancial. Pero poco se menciona la tristeza, que si bien nos sacude, raspa o desgarra, también deja más limpios los sentimientos, más sentidas las ausencias, más claras las soledades, mejor entendidas las traiciones, más notorio lo incomprensible de los recuerdos. Reconocer esas diferencias nos hace retornar a un equilibrio más satisfactorio, pleno, exorcizado y auténtico.
Hay veces que solo deseo que me dejen invocar, recordar, regodearme en mi penumbra incierta y melancólica, hasta que yo así lo quiera. Que no ansío consejos, ni me apetece “echarle ganas”, ir a la peluquería, leer un artículo de superación personal o revisar mis propósitos de año nuevo.
Hay veces que, como dice Sabina, “yo no quiero catorce de febrero ni cumpleaños feliz”.
Eric Wilson (Against Happiness) habla de la melancolía como el “telescopio de la verdad”; como esa visión que nos lleva con lucidez a alejarnos de la “obsesión complaciente por la sonrisa inocua” o por esa “desesperada necesidad de satisfacción”, en un mundo occidentalizado que nos entierra en “vidas vividas a medias o en existencias blandas, baldías, de comportamientos mecánicos”.
Marketing de la tristeza.
Me viene a la mente aquel comercial de Nescafé sobre una chica joven que se marchaba a la playa en su Vocho viejo, en plena madrugada. Posiblemente después de una noche tristona, o sintiendo una de esas crudas emocionales llenas de añoranza y recuerdos agridulces, que hacen querer estar a solas. Se calentaba un café instantáneo conectando la extensión de un utensilio rústico al encendedor del coche. Revivo aquellas imágenes y se me antoja volver a tomar café. La marca únicamente recreaba el “estar” en esa situación; no pretendía meterse en el negocio de la autoayuda o el Prozac.
En éste momento, me cuesta encontrar otros productos o comerciales que apelen a la tristeza; no como el enemigo a vencer, o como el argumento para conmover y motivar un cambio de hábito, la compra de un seguro, usar el cinturón de seguridad, o realizar una donación para los niños con cáncer.
Sería interesante en algunas narrativas de marcas o productos que se presten a ello, ver menos lecciones de positivismo y encontrar en la tristeza un nicho de oportunidad para acompañar a los corazones compungidos, que lo que necesitan es solo que la marca (o “alguien” ) esté con ellos.
¿Por qué no un chocolate que no venza la tristeza, sino que la custodie; un vino que combine su nostalgia con la nuestra; un aroma que favorezca y acompañe los recuerdos difíciles; un cantante que recree circunstancias que nos son familiares; unas pantuflas que arropen; una sopa, yogurt, café, pastelito, libro, que entone con nuestro ánimo y permanezca un tiempo?
Tantos que podemos estar pasando por una temporada melancólica en este momento; tantos que queremos tocar fondo, morir un poco, llorar a gusto y, al volver, saber que estuvimos acompañados.
Tristeando fue que pensé en el título de la novela de Sagan que leí en la adolescencia: Bonjour tristesse. Que no tiene mucho de triste, pero que me resultó muy sugerente para este momento. Pensé en tuitear: “Buenos días tristeza”, pero otra vez mi Pepe Grillo me dijo que no era correcto; “¿qué van a pensar los demás? Una no debe compartir sus miserias.” ¿No les digo?, hay que re-dignificar la Tristeza.