Artículos - 07 May 2016

Placer

Por: Gabriela de la Riva. Publicado en la revista Neo Marzo 2015

Pocas son las marcas mexicanas que responden a las demandas de un público ávido de vivir nuevas experiencias y sensaciones, sin limitantes de género y dando crédito a las viejas usanzas únicamente cuando se trata de rescatar las recetas secretas de la familia.

Hoy acompañé en la cocina a mi marido, quien está descubriendo el arte de mezclar condimentos; ensayar mezclas, nuevos sabores y platillos que una vez terminados olfatea de vuelta y aprecia con especial parsimonia para saborear no solo su asociación a otras recetas o intentos pasados, sino a momentos de su infancia y a personajes de su vida que se asoman entre la cebolla doradita, el laurel y el tomillo, o esa generosa cucharada de pimentón y comino que arroja de último momento sobre la lonja de un fresco y blanco robalo.

Ver cómo la cocina se ha convertido en la terapia de varios amigos, en su mayoría hombres y retirados, me lleva a pensar en la educación de baby boomers que a muchos caballeros—potenciales chefs o curiosos cocineros—les quitó en su momento la posibilidad de experimentar, disfrutar y luego presumir satisfechos la invención de un buen platillo. Aquello se entendía como una labor exclusiva de las mujeres —y obligatoria— lo cual en muchos casos la convirtió en una actividad rutinaria y poco gratificante.

La cocina tiene mucho de sensual; estimula los cinco sentidos, incita la imaginación, activa la memoria y tranquiliza el corazón. También algunas veces ofrece consuelo, apapacho y compañía como lo haría un cómplice solidario. No puedo dejar de pensar en aquel par de sueños de Isabel Allende que dicen la motivaron a escribir “Afrodita”—ese libro que disfruté tanto y que a ella le sirvió como bálsamo luego del año en el que tuvo que acompañar a su hija en un coma devastador. Soñó que se bañaba en una alberca de arroz con leche (su postre favorito y también el mío) y la caricia que le prodigaba la crema en la piel le sirvió como un maravilloso consuelo espiritual, que la hizo amanecer tranquila, incluso feliz. El segundo sueño fue más sugestivo y picante; en él se comía a Antonio Banderas desnudo, envuelto en una tortilla de maíz y con mucho guacamole.

El preludio de una buena comida, sea que tome horas o un instante de preparación en la cocina, y luego el clímax de producir ese resultado deseado (o uno verdaderamente inesperado), a solas o en compañía, definitivamente es uno de los placeres más redondos de la vida.

Me encanta la manera en la que mi admirado Alberto Ruy Sanchez define a un buen chef: (debe tener) la mirada de gozador obsesivo. La ojera de haber ido al mercado a las cuatro de la mañana. La actitud de plenitud por haber logrado algo excepcional que con placer te recomienda.

O como dice mi buena amiga Irma: un buen cocinero es como el que borda un buen sexo: conoce lo importante de la preparación, el usar con arte los ingredientes, sabe improvisar, tiene paciencia y disfruta —como manda la ley— cada paso, para luego cosechar los resultados sin pudor y sin olvidarse de los complementos como el alcohol y el postre.

Envidio a mi tocaya la @Warkentin cuando me cuenta de sus viajes al mercado en compañía de un grupo de amigos, para a modo de ritual compartir el disfrute desde el principio: elegir juntos los ingredientes, con cuidado y amor, para explotar después los mejores resultados.

Alfredo es más famoso en la oficina por sus dotes de gourmet (que sabe disfrutar y halagar al que cocina bien) que por sus conocimientos extensos y concienzudos de semiótica y narrativas. Se conoce casi todos los cafés y restaurantes en la periferia de las oficinas de los clientes a los que le ha tocado visitar; incluso se ha dado a la tarea de clasificar y calificar cuidadosamente cada uno de los establecimientos. Tiene la suerte de estar casado con una experta cocinera que sabe bordar los platillos italianos.

Y esta tendencia impacta también a los más jóvenes; me sorprende gratamente notar que una de las características de los ”trendys” de hoy es acudir a lugares en los que puedan probar platillos originales, bien hechos y mejor, con un toque de sofisticación. Se preocupan por documentarse, asistir a cursos, reuniones privadas con expertos chefs o estudiosos de la historia de la gastronomía, invitar enólogos a sus casas, emprender “rutas gastronómicas”; viajar a lugares reconocidos por su buena comida, extraordinarios vinos, tradición, o uso de ingredientes inusuales. Puede ser en la Toscana, las Islas Griegas, Thailandia, Oaxaca, Baja California o el Estado de México.

Marketing culinario

Observo los comerciales, diseños y narrativas de marcas de comida y veo que son pocas las marcas mexicanas que apelan con verdadero atrevimiento y sin pudor a este placer que ha existido desde siempre, pero que ahora estalla como una tendencia para nuevos consumidores que apenas lo descubren. Pocas son las marcas mexicanas que responden a las demandas de un público ávido de vivir nuevas experiencias y sensaciones, sin limitantes de género y dando crédito a las viejas usanzas únicamente cuando se trata de rescatar las recetas secretas de la familia.

Hoy ya no es una rareza encontrarse con alguien como Jaime Sabines, quien además de poeta y político, gustaba de cocinar y comer. Hablaba con ilusión de lo bien que le quedaban las salsas en su molcajete, usando ajos bien pelados y chiles secos desvenados y rojitos cuando cocinaba la lengua y el cochito típico chiapaneco. Escondía sus dulces de leche en la mesita de noche para disfrutarlos ya tarde.

Vivimos un momento afortunado, repleto de chefs que le sacan jugo a la nostalgia y retoman mezclas y secretos del pasado, para hacerlos despertar con brillos, colores y glamour en una nueva cocina mexicana que se aprecia en todo el mundo, mucho más de lo que los mexicanos creemos.

“Me arrepiento de las dietas, de los platos deliciosos rechazados por vanidad, tanto como lamento las ocasiones de hacer el amor que he dejado pasar por ocuparme de tareas pendientes o por virtud puritana”. Isabel Allende.

Escrito por: de la Riva Group

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