¿Por qué no usamos el sentido común con más frecuencia?
Hace tiempo llegó a mis manos un folleto de marketing que decía algo como “a ti te importa tu marca, haces lo mejor para ella, escuchas a los consumidores, estudiaste un MBA, estás al tanto de la competencia” y demás cosas que un mercadólogo que se respete debe saber y hacer; “te tenemos un mensaje”. Luego mostraba muy gráficamente cómo tú no eres diferente a los otros miles de gerentes de marca haciendo exactamente lo mismo (había un dibujito del mercadólogo modelo y éste se repetía hasta el infinito).
Desde hace algunos años, algunos mercadólogos se dieron cuenta de que para realmente destacar, había que esforzarse más; pensar diferente, usar modelos de gestión y pensamiento un poco más sofisticados. Algunos lo hacen solos, otros lo hacen con ayuda de una agencia o consultor. En general el pensamiento se ha ido profesionalizando.
Y claro que eso ha beneficiado a la industria; el problema, es que la hiper-preparación también ha hecho que el tema se haya, no solo profesionalizado, sino complejizado bastante. Hoy se tiende a buscar explicaciones enrevesadas sobre ciertos hechos. Buscamos respuestas en teorías, en modelos; revisamos bases de datos, hacemos 17 sesiones de grupo. Todo para tener certezas, para “no dar paso sin huarache”. No queremos fracasar, porque hay mucho en juego: la marca, su trayectoria, los miles de empleados de los que depende, y claro, tu puesto; ese al que con tanto trabajo llegaste. Todo esto genera un síndrome de inacción que más que preocuparnos, nos debería ocupar.
¿Cómo tomar decisiones y superar la inacción? Atreviéndonos. Entendiendo que años de dedicarnos a esto nos han provisto de un ojo, oído, tacto particular, y sobre todo, no olvidándonos de que tenemos un as bajo la manga. Una respuesta milenaria, un antídoto para la inacción: el sentido común. Ese del que oímos hablar hasta el cansancio, pero que en marketing no es necesariamente muy utilizado. Es como si en nuestra industria se generara una especie de ceguera: demasiadas fuentes de información, demasiadas teorías, demasiados datos aislados nos deslumbran tanto que no nos dejan ver.
¿Nunca se han topado con un CEO, CFO o CMO brillante? Escúchenlo hablar, póngale atención. Tienden a explicar las cosas de manera extremadamente simple. Cuando acudimos a ellos con un problema, cuántas veces no nos dicen algo dictado por el sentido común. A veces nos da un poco de pena, porque dijeron algo que parece obvio. ¿Por qué no se nos ocurrió a nosotros? ¿Qué tienen ellos que no tengamos nosotros? La respuesta probablemente sea que sobreanalizamos porque dudamos de nosotros mismos.
Hoy en día muchas estrategias de coaching se enfocan en reforzar la autoconfianza. Al creer en nosotros mismos, haremos uso del sentido común a nuestro favor para sacarnos de obstáculos e incomodidades. Escuchar lo que tu intuición entrenada te dicte, puede darte la solución que tanto buscas.
La otra cara de la moneda de la «sobreintelectualización» son las respuestas que más se parecen a obviedades y lugares comunes que a respuestas brillantes. No son estupideces, son conocidos en Psicología como atajos cognitivos o heurísticos. Son esta tendencia muy humana a hacer las cosas más fáciles de lo que son. Nuestro cerebro está programado para buscar métodos abreviados que nos aseguren la supervivencia. En el mundo moderno, donde no hay ni mamuts ni eras glaciales, algunos de estos pensamientos se mantienen; reaccionamos en lugar de reflexionar, mantenemos viejos hábitos en vez de cuestionar su validez.
Usar el sentido común no es tan sencillo como parece. Cuanto más habituados estamos a pensar de una forma determinada, mayor será la posibilidad de que los pensamientos irreflexivos y automáticos terminen por ocupar el lugar del sentido común. El reto es desprendernos de ambos: tanto actuar de manera automática como de la inacción que genera el sobre-análisis. En general, el sentido común depende de no complicar en exceso la situación, aplicando la experiencia y conocimiento general al contexto específico del problema. No es más que autoconfianza en que tus experiencias pasadas serán válidas para solucionar situaciones futuras.