Artículos - 23 Jul 2019

¿Tienes miedo? Tienes inteligencia emocional

Imagina que vas muy contento manejando y oyendo música, y en eso, sin esperarlo ni remotamente, te pega otro coche en el costado izquierdo. Tú no lo sabes, pero como animal, tienes 0.3 segundos para reaccionar y tienes sólo tres opciones: o enfureces, o lloras o te asustas. Las emociones más primitivas de prácticamente todo animal son el enojo, la tristeza o el miedo, pero los humanos, además, tienen 10 segundos más para decidir qué hacer con eso que sintieron. El enojo nos ayuda a defendernos, la tristeza a que nos protejan, y el miedo a movernos.

El miedo es necesario para la supervivencia animal justo porque nos moviliza: ya sea como consecuencia del hambre (miedo a morir de inanición), para huir (miedo a morir a manos de un depredador) o para competir (miedo a perder la comida a manos de un rival). En los humanos obvio, es más complejo. Primero, es clave entender que el miedo se amplifica gracias a la imaginación. Somos capaces de imaginarnos el hambre (propia, ajena, actual, futura); y sólo por eso, nuestra necesidad de buscar alimento es insaciable.

Por supuesto que para los humanos, el alimento no sólo significa comida. Los humanos necesitamos alimento emocional, físico, intelectual, etc. Uno de nuestros más grandes temores es la validación; o más bien dicho, la no validación. Su presencia nos da significado, nos dice quiénes somos, cuál es nuestro rol en el mundo. Su ausencia, por el contrario, nos anula. Estamos llenos de miedos para que eso no ocurra; pensamos y pensamos cómo huir, cómo ser validados, cómo no ser anulados. El miedo funciona como una especie de cuerda larga, larga que se va enredando conforme le vamos dando vueltas a las cosas; se ata y desata, enreda y desenreda en nuestra mente. Es como si creara olas, o arrugas… como si esas arrugas arrugaran el cerebro e hicieran que quedara doblado con mil vueltas. Esas arrugas se llaman impresiones y aparecen en los organismos vivos gracias a que hemos pasado millones de años enredándolas y aprendiendo de nuestros miedos.

Con todo eso, se dice que existe primordialmente un lado positivo y uno negativo del miedo:

El positivo tiene que ver con reconocer nuestros miedos. Al verlos dentro de nosotros, podremos ser capaces de verlo fuera de nosotros: los miedos de los otros. Al identificarlo en la sociedad o en la persona frente a nosotros, deberíamos ser capaces de hacer todo lo posible por no exacerbarlo. Al reconocer por qué huimos y nos retiramos de ciertas situaciones, podemos ver por qué lo hacen otros. Así, no amplificamos el miedo al tratar de controlar a las personas. Eso es inteligencia emocional.

Lo negativo se refiere a que claramente vivir enredado no es lo ideal. Existen situaciones, herramientas y mecanismos que “planchan” el cerebro, le dan claridad, “quitan los nudos” y van disipando los miedos (yoga, la meditación, el desahogo con amigos o cualquier mecanismo en pos de “desenredar la mente” y claro, la valentía generada de dicha claridad).

Escribir estos artículos siempre me da miedo. Siempre hay un momento de terror de no saber qué escribir, cómo argumentar o por dónde seguir. Pero eso es justo lo que me moviliza a empezar. La validación de que ustedes lo lean, la autovaloración que se genera en mi verlo terminado. Mi mente se desenreda después de días de darle vueltas, y la satisfacción se hace presente.

El miedo a la hoja en blanco, al brief, a hablarle a quien nos gusta, a pedir un aumento, a que nunca llegue un ascenso; todos ellos cumplen la función de movilizarnos. No tenerlo es no sentirnos validados: por eso al sentirlo nos enredamos, nos anudamos, generando una incomodidad que eventualmente nos permite seguir y solucionar.

Por otro lado, cuando reconocemos que el otro también tiene miedo a la hoja en blanco o al brief; debería desatarse una especie de alarma que nos permita ser lo suficientemente empáticos, ya sea sólo para entender al otro o para tenderle la mano y ayudarlo. Como lo comentábamos en el artículo de empatía es sólo cuestión de tomar la decisión consciente de hacerlo; de imaginarnos en el lugar del otro y, en este caso, ayudarlo a desenredarse. De igual modo, reconocer el miedo propio y buscar con imaginación esa mano que nos desenrede y nos de claridad (ya sea un amigo, un terapeuta, un instructor de yoga, un coach o un consultor), es igual de importante y valioso.

Escrito por: de la Riva Group

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